lunes, 10 de octubre de 2011

MORPHEO

Cuando abrí los ojos, sentí como el sol me quemaba las retinas. Pésima sensación. Estaba completamente desnudo y no recordaba cuando me había ido a la cama... sólo que la noche anterior había tomado demasiado. Me senté en la cama y sentí un mareo intenso. Desapareció enseguida, pero la cabeza me pedía una cafiaspirinaplusultrarecontragrande. Tenía que mear. La erección mañanera me lo imploraba.
Cuando me levanté me di cuenta que en la cama había una chica desnuda, Mechi... '¿Qué carajo...?' pensé, '¿cómo?'. No le presté demasiada importancia, tenía que mear. Caminé los pocos pasos que tenía hasta el baño y cuando me acerqué, del cuarto de mi hermano salió corriendo una tetona siliconada desnuda y se metió al baño, adelantándome. '¡Bien ahí, Santi!' dije en voz alta. Y como la mina no había cerrado la puerta, entré tras ella. Estaba vomitando en la bañera. No le pregunté como andaba o si necesitaba ayuda... sólo agarré mi pija y apunté al inodoro. Mee un tiempo largo mientras la tetona platinada vomitaba. Seguía vomitando cuando sacudí mi pija y salí del baño.
Quería ver a Santi y felicitarle por la tetona... entré a su cuarto y lo encontré cogiendose a otra tentona, parados ambos al borde de la cama mientras la mina vomitaba sobre otra mina que estaba recostada en la cama con las piernas en el piso. La que estaba siendo vomitada se masturbaba y soltaba gemidos suaves. No dije nada, no había nada que decir. Salí de su cuarto y fui a ver cual era la situación del living.
El living gritaba ROCK! Y lo que mas me sorprendió fue ver a mi viejo sentado en la mesa con una cartera de cuero que le habíamos regalado a mi vieja para un cumpleaños. Me miraba fijo y su mirada era de desaprobación. Miré a mi alrededor, botellas vacias de fernet, vodka, whisky, gancia.... botellas de cervezas rodando por el piso, colillas de puchos y porros... 
Levanté una tuca del piso, miré a mi viejo y lo único que pude decir fue 'la verdad es que no tengo ninguna excusa buena para todo esto...' mientras le mostraba la tuca que había levantado del piso, levanté mis hombro, di media vuelta, me tiré un pedo y volví a mi cuarto. Puse la tuca en mi escritorio, me acosté, cerré los ojos y me desperté.

viernes, 7 de octubre de 2011

GÜISQUI, LIBROS, LAS BOTAS DE MECHI Y UNA TOALLA

La cuestión es que estaba cagado de embole... me tiré en la cama y me dije "vamos macho, pensá.... algo tiene que salir de esa cabecita bonita tuya." Me prendí un pucho para intentar agudizar el pensamiento. Miré por la ventana para ver si algo de lo que captaba de afuera me ayudaba a pensar. Miré al güisqui que asomaba desde el placard junto con los libros, una toalla y unas botas de Mechi que dejo cuando fue mi cumple. Me pregunté que podría hacer con esas cuatro cosas... Emborracharme, ponerme las botas, usar la toalla de falda y leer un libro sentado al borde de la cama... Si lo piensan puede ser una imagen bastante inquietante. Decidí no hacerlo, las botas son demasiado chicas y además era demasiado temprano como para un trago.
Seguí acostado, me encendí otro pucho y me dije "bueno, una paja" pero no tenía ganas. Muy pocas veces me pasó eso de no tener ganas de hacerme una paja... pero ese no es el tema. No sé cual es el tema... quizás la lluvia me obligó a aburrirme o a meditar sobre todas las posibilidades que hay en un cuarto....
Entonces vi que en el escritorio tenía un forro usado (ya sé, es asqueroso... pero no soy conocido por ser una persona limpia, además no era tan viejo, era de ayer) y se me ocurrió una idea maravillosa. Algo que se me había ocurrido mucho antes pero que había olvidado. Si lo hubiese hecho Warhol o algún artista medio excentrico sería algo alucinante. O al menos eso dirían.
Lo que hice fue lo siguiente: desaté el nudo del forro, me encendí un pucho, agarré la botella de güisqui y lo junte todo... primero metí un poco de güisqui en el forro y se mezcló con toda la guasca y lubricante que tiene el forro. Después aspiré una gran cantidad de humo del cigarrillo, lo apagué y lo metí en el forro junto con el semen y el güisqui. Entonces exhalé el humo dentro del forro, lo inflé y le hice un nudo....
Junté todos mis vicios dentro de un forro. Podría decirse que fue un ritual de brujería, un gualicho.... un algo para ahuyentar los demonios, una obra de arte, algo de excentricidad. O simple aburrimiento.

lunes, 19 de septiembre de 2011

SÓLO QUIERO...

Sólo quiero decir, a las 6:57 de la mañana, que el rock no muera.... que la fiesta nunca termine, que las drogas y el alcohol nunca se acaben y que las minas sigan siendo fáciles.... por que la vida es una.... el placer es para hoy y no para mañana... No desperdicien la vida pensando. Pero si llegan a pensarlo, por favor: graben todo, no omitan nada.... quiero escuchar hasta lo que el mas troglodita tiene para decir... no quiero que sea en persona.
Tengo que mear, pero me da mucha pena irme a dormir. Si me voy a mear, tengo que irme a dormir. No es que me tenga que ir a dormir, pero estoy demasiado cerca como para desistir.... estoy demasiado en pedo... muy ebrio.... gracias a dios que está nublado sino el sol me estaría comiendo las retinas...ROCK ON!!!!!

domingo, 11 de septiembre de 2011

EL TESTAMENTO DE ARCHIBALDO CONTRERAS

Primero quiero agradecer que se tomen el esfuerzo de leer éste documento (si es que así se le puede llamar). 
Está es mi última voluntad, y será leída en dos partes. La primera parte previa a la ceremonia fúnebre, y la segunda parte cuando ya el proceso haya finalizado.




                          Parte I.

Quiero, primero que nada, que organicen todo según mis instrucciones. Al pie de la letra. Mi proceso fúnebre se celebrara el cinco de Marzo. No importa cuando sea el día de mi repentina muerte, habrá un lugar pago en la morgue durante todo un año para el deposito de mi cadáver. Para que en el día indicado este fresco como una manzana recién arrancada del manzano. Llegado el día cinco del mes de marzo celebraran en mi honor un bacanal. Quiero que con la plata ya reservada para la ocasión preparen un bacanal tan grande y majestuoso que el mismo Baco estaría celoso.
La celebración debe continuar hasta que de mi cuerpo no empiecen a salir olores tan desagradables que la gente tenga que empezar a vomitar. Es mi ultima voluntad, y les pido por favor cumplirla. Está en ustedes si quieren tener una orgía o no. Como mi cuerpo ya estará consumido ya no me importará. Sólo mayores de diecisiete años van a tener acceso a aquel bacanal en mi honor. No quiero críos viendo ese tipo de escenas grotescas, para todo existe una edad. 
Quiero que en la gran celebración haya dos bacantes adorando una estatua de Baco y rogándole por mi alma. Aquella estatua será de oro macizo de 24 quilates, sus ojos serán de diamantes sangrientos, osea de las minas de Sierra Leona o algún lugar en el que haya guerra en el momento. Esa estatua sera rodeada por uvas de de la cepa malbec traídas ese mismo día desde Mendoza, junto con todo el vino que habrá en la celebración. El vino no estará en botellas. Se traerá en tinajas, como las que usó Christós en las bodas de Caná para crear del agua vino, y se servirá en cálices de madera. 
Cuando mi cuerpo esté tan putrefacto que las aves carroñeras estén todas desesperadas, buscando una manera de entrar a la celebración y alimentarse de mi cuerpo, trece vírgenes de 26 años y ateas bañaran mi cuerpo y luego untaran todo mi cuerpo con aceite de oliva extra virgen hecho con las uvas de los olivos del  Monte Olivos en Israel, donde Christós recibió el beso de su bien amado Iscariote.
Después del baño con esponjas del océano Índigo con agua llenas de pétalos de rosas de la Provincia de Río Negro y la unción de aceite a todo mi cuerpo, quiero que me entierren sin cajón. Desnudo, en cualquier pedazo de tierra estéril que encuentren. Me gustaría darles el lugar de antemano, pero no se el momento preciso de mi muerte, ni el lugar. Así que esa elección tiene que ser suya. Reitero, la tierra tiene que ser estéril... tan muerta como la cima de un volcán activo.


            Parte II(leer después del entierro).


Todo mi dinero se lo dejo a mis bastardos y a mis hijos del matrimonio con Carla. Nadie sabe de la existencia de esos bastardos, ni siquiera las madres saben quién soy. 
Dejen que les cuento una historia. 
Nunca quise tener una familia. Desde muy joven me aterró la idea de criar a una persona. Inculcarle mis pensamientos, mi modo de ser. Mi forma de vivir nunca me pareció un modelo a seguir. No me mal interpreten. No la cambiaría. No lamento nada de lo que he hecho o las decisiones que tomé. Viví la vida como siempre quise; llena de acontecimientos y placeres mundanos.
Cuando cumplí dieciocho años me di cuenta que procrear era una opción para mí. Aunque me aterraba la idea de tener mi propia familia, siempre supe que quería tener unos cuantos críos por ahí en el mundo. De la misma manera que sabía querer progenie, sabía que no quería ser padre. No tenía, o tuve, la voluntad de hacerme cargo de una relación. Fuese ella haciendo el papel de padre o de marido/novio/concubino...
Entonces, cando cumplí veinte, decidí que algo haría con respecto a mis pensamientos. Me disfracé bastante mal y salí a la noche. La idea era fecundar a una mujer. Decidí darle un nombre y numero falso y le prometí ser estéril, como la tierra en la que estoy enterrado. 
Desaparecí tres encuentros después. Pero me quedé con toda su información. Tenía su numero de documento, su dirección, su numero de teléfono... toda su información. Ella de mí no sabía nada. Le dí un nombre falso y el numero de teléfono del nombre que había sacado de la guía.
Le hice un seguimiento durante meses, pero nada... no estaba preñada. Me decepcioné. Dudé de mis capacidades reproductivas. Así que seguí con mi plan. Quería tener un pibe por ahí, cerciorarme que era capaz. Nunca me importó por lo que pasarían la madre y mi bastardo. Nunca me importó su dolor. Y estoy seguro que en mis momentos finales tampoco pensé en ellos. 
Lo que empezó como un juego, luego se convirtió en vicio. Tenía la necesidad, hasta ya entrado en edad, de seguir esparciendo mi semilla por el planeta. Lugar que visitaba, lugar donde intentaba poner mi semilla. No me importaba si me excitaba o atraía la portadora de aquel vientre donde mi bastardo se germinaría. La única razón era procrear y tal vez algún día convertirme en un mito. No tuve ningún don particular, nada por lo que podría ser recordado. Haber tenido una holgada situación financiera me permitió seguir con mi juego. Adopté nombres ajenos durante varios meses con diferentes mujeres. Nunca repetía el nombre y siempre guardaba su datos. Me convertí en el maestro del engaño sólo para estar seguro de que ciertas mujeres tengan mi progenie.
Nunca me hice cargo monetariamente de ellos. Nunca sentí amor por mis bastardos o por sus madres. Siempre fue un juego para mí.
Mi abogado, que en el momento que estén leyendo estas lineas ya no será mío sino de mi herencia, tiene la lista de los cincuenta y tres bastardos que repartirán mi fortuna con ustedes.
Carla no llegó a saber de ésta vida doble que llevé durante toda mi vida. Tuvo la gracia de morirse antes. De no ser por ella no hubiese tenido a mis hijos matrimoniales. Juan, Carlos y Sofia, les pido disculpas por hacerles pasar éste mal momento. Siempre quise ser recordado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

ESCRIBO PARA CALLAR

Estoy escribiendo algo. Simplemente por escribir algo.... No tengo nada para decir, pero algo quiero decir, así que bueno.... seguiré escribiendo algo para no irme a dormir temprano. Aun que la verdad es que tendría que irme a dormir temprano. Pero si puedo escribir algo, vale la pena quedarse despierto... O al menos eso creo.... pero cuando uno escribe sobre nada, ¿vale la pena? ¡Claro que vale la pena! Un pucho en la mano, fernet a mi izquierda y los dedos sobre el teclado... Lo único que falta es una mina desnuda en el sillón cansada después de tres orgasmos y medio dormida murmurando mi nombre, rogando por un orgasmo mas... No importa si es rubia, colorada o morocha; asiática, blanca, negra o aborigen. Creo que mas de eso no se puede pedir. Quizás un millón de dolares en mi caja de ahorro. Para poder de vez en cuanto entrar a la pagina del banco y ver que estoy asegurado en temas de bolsillo y saber que el día de mañana no tengo que ir a trabajar. Dicen que en la plata no se encuentra la felicidad... nunca escuché a algún rico decir eso... bah, para que hablar de plata cuando plata no hay. Mejor dicho, cuando fortuna no tengo. 
La cuestión es que nada da mas satisfacción que escuchar a una mujer orgasmear cuando uno está a punto de acabar. No importa si se tiene plata, mientras exista el placer carnal y la caradurez del hombre siempre existirá el acceso al placer temporario. ¿Tengo razón? Probablemente no tenga. ¿Quién tiene razón? Nadie tiene razón. Tal vez todos tenemos razón. Bah, alguien debe tener razón. Estoy seguro de eso... algún día encontraré a alguna persona que tenga razón. Quizás encuentre una mina con la que tenga algo que conversar durante mas de unos cuantos encuentros. Quizás llegue el día en el que este joven pervertido amante del cuerpo femenino envejezca y se convierta en una de esas personas que tienen razón. Probablemente no sea así. 
Envejeceré. Esos es seguro. Pero la razón es mas que obvio que la perderé. Siempre se pierde. Termina uno hablando con su amigo de la infancia que ya no existe, y que hace sesenta años que no ve, postrado en una hamaca. Seguramente soñando con las mujeres de sus mejores días, o contándole a su amigo ausente sobre la mina de la noche anterior que en realidad fue mas de cincuenta años atrás. 
A todos nos va a llegar ese día en el que nos encontramos con nuestros demonios -o en su defecto, nuestros ángeles- del pasado. Delirando sobre glorias pasadas y triunfos ya olvidados. ¿Será mejor en ese momento meterse una nueve milímetros en la boca y apretar el gatillo? ¿O será mejor disfrutar de ese delirio sin preocupaciones? Todos llegaremos a ese momento y cada uno decidirá como actuar. Apuesto a que depende de la vida vivida y da los remordimientos de cada uno. 
Ya no tengo mas fernet en el vaso y supongo que a ésta hora ya no debo prepararme otro, así que los dejo para que mediten con las boludeces que escribo o que simplemente se lo olviden y nunca hablen de eso.

miércoles, 6 de julio de 2011

MANCHAS EN EL PARQUÉ

La miro sonreír y lo único que quiero hacer es acariciar su rodilla, inclinarme y besar sus labios. Después susurrarle algo, que sólo nosotros sabemos, y volver a reír. Es un viaje largo el que recorro los días que la veo, mi mente divaga e imagina escenarios en los que mi corazón no es cobarde y logro decirle lo que siento y cuanto la quiero. Entonces me mira a los ojos, me penetra con su mirada de la manera mas inocente y sensual. Casi siento sus labios sobre los míos, pero es nada mas que mi imaginación... sus pensamientos no podrían estar mas lejanos. ¿Que es lo que le pasará por la cabeza cuando me mira y mis rodillas tiemblan? ¿Se dará cuenta que mis rodillas tiemblan? ¿Se dará cuenta que cuando estoy a solas con ella no sé que decir?

Intento no pensar en ella, pero mi cabeza tiende a no hacerme caso. Paso de estar sentado en una oficina a verme caminando por la calle agarrado de su mano. La veo marcharse con una promesa de que volverá y pienso en las miles de personas que dijeron ir a comprar puchos para no volver nunca mas. Pero en mis sueños despiertos le tengo fe a su promesa. Cuando deambulo por los rincones de mi mente, creando escenarios y situaciones en las que estamos juntos, nada sale mal. Cuando dice volver, siempre vuelve. Es lo único que tengo con ella, y no hay manera de arruinarlo mientras esté en mi cabeza. Se que si le digo lo que siento perdería mucho y no ganaría nada.

Como el otoño, me voy marchitando. Tomo para pasarla bien, para que la espera no sea tan larga. Me acompañan algunas que otras baladas rock. Intento pensar en otra cosa y enamorarme de otras mujeres. Termino a todas amando por igual, pero a ella mucho mas. A ella es a la que siempre vuelvo. No creo en otra cosa mas que en un futuro con ella. Imagino el día del juicio final, el armagedon, el apocalipsis y toda esa mierda abrazado a ella. Los dos juntos mirando como esa bola de fuego se acerca cada vez mas, pero en nuestro rostro hay tranquilidad y amor. Sabemos que vivimos la vida como teníamos que vivirla, amando y felices, sin nada que lamentar. Todo eso es falso, eso no existe. No va ser a mi al que va a estar abrazando si eso llega a pasar. Probablemente ni se le cruce por su mente la idea de que existo en algún lugar, quizás consumido por las mismas llamas que ella mira, buscando protección en los brazos de otro.

Me encuentro solo paseando por las calles de la ciudad, pensando en todos los lugares a los que la podría llevar. Pensando en las noches que la vi sonreír y quise gritarle que la amaba. Pienso en esa noche de lluvia en la que los dos, drogados, hablábamos del suicidio. De lo que viene después de todo esto. De poder saltar de un octavo piso y ver que es lo que nos espera. Estábamos borrachos, drogados, eufóricos. Quise besarla en ese momento, estaba por besarla... no lo hice por temor a lo que podía pasar. La idea de no verla mas me aterroriza. Pensar que nuestros caminos pueden en cualquier momento tomar giros diferentes hace que me quede sin aire en los pulmones.

Es difícil estar en la cama un miércoles a las tres a.m. y no poder dormirse, intentar escribir y no poder y el único pensamiento que tenes en la cabeza es ella. Siento una impotencia desesperada. Me pongo a escribir una carta dirigida a ella, saco una botella de vino e intento emborracharme. Termino esa carta, esa carta de amor. Intento leerla, pero no puedo...  aplasto las páginas con mis manos y las convierto en un bollo de papel. Sé que tengo que leerla así que deshago ese bollo de papel y letras, enciendo un pucho. Después de leer la carta prendo fuego cada página, una por una y las tiro al piso. Veo como el fuego consume la letras y le rezo a alguien para que lo que siento se vaya junto a esas letras en llamas. A eso se deben todas esas manchas negras en el parqué... a un ritual sin sentido.

martes, 28 de junio de 2011

Honky Tonk Women

Se me acercó por detrás -yo estaba sentado en la barra- y con una palmadita en el hombro me saludo. Miré para atrás y no la reconocí. No la conocía. Su mano sostenía un vaso de gin justo a la altura de sus pechos... unas tetas majestuosas, ni muy grandes, ni muy chicas... como las tetas de tu actriz porno favorita. Sus labios, de un rojo intenso, empezaron a moverse. La música estaba demasiado alta y no logré escuchar lo que me estaba diciendo. No sabía si me estaba preguntando la hora, pidiendo el asiento o invitándome a bailar. Su cuerpo era hermoso y voluptuoso. La desnudé mentalmente y con eso pensé quedar satisfecho.
Había entrado a ese bar para tomar algo tranquilo antes de volver a casa a dormir después de un día mas en el trabajo. No tenía planes de finalizar mi día con una mujer, no me había cambiado los calzones esa mañana, ni enjuagado las bolas a la tarde. Creo que tampoco me había duchado esa mañana. Fui a pensar y a tomar una ginebra... ya llevaba tres y no tenia planes de irme. En mi cabeza estaba componiendo un blues a fuerza de tarareos y la letra no llegaba de ninguna manera. Igual no importaba, no sabía tocar la guitarra tan bien como para tocar lo que estaba tarareando. Y, hasta cruzarme con alguien que pueda pasar el tarareo a notas ya me habría olvidado del tarareo. Lo hacía por simple diversión... para despejar la mente.
Acercó sus labios a mi oído, sentí el calor de su aliento y todo mi cuerpo estremeció. '¿Cómo te llamás?' preguntó sensualmente. 'O es ninfomana o es puta' fue lo que pensé antes de poder decir mi nombre. 'R.' respondí nervioso. '¿erre?' preguntó molesta, como diciendome que sabía mi verdadero nombre. Se sentó a mi lado sin preguntarme si estaba ocupado y sin importarle. De todas maneras era obvio que estaba solo y que buena compañía me vendría bien. 
Me preguntó cuales eran mis sueños. Le respondí alguna mentira, no tenía sueños. Dije algo de viajar, conocer el mundo y diferentes culturas y no se que otras ganzadas. No podía creer que una mujer de esa calaña esté sentada a mi lado, mostrando interés por mí. Era una de esas mujeres que uno espera ver casada con un futbolista. Una modelo o vedette... y estaba hablando conmigo. Todos los hombres que pasaban le dedicaban miradas lascivas y mi pija se ponía cada vez mas dura.
'Che, ¿qué es lo que querés conmigo?' pregunté ya desesperado, llevábamos casi una hora hablando... '¿Querés poner a tu marido celoso o algo así?' la miré a los ojos que eran verdes con unos tintes de rojo, hermosos, profundos, amistosos....
'No te voy a mentir' respondió sin sorprenderle mi pregunta mientras acomodaba su pelo, soltándolo de un rodete. Su pelo era infinito, voluminoso, castaño y brillante. 'No tengo marido, ni novio o algo que se asimile a eso...' me miró de arriba abajo, como intentando determinar cual sería mi precio de ser un esclavo '...y no me interesa tener. Me gustas y quiero que cojamos.' quedé congelado, era la primera vez que una mujer me hablaba con tanta franqueza. Supuse, di por sentado, que era una puta. 'Y no soy ninguna puta' parecía que me estaba leyendo la mente, 'digo, no cobro si eso es lo que te preocupa. Medio trola soy.' Mi cabeza daba vueltas sobre su eje de la excitación. Ni en mis mas salvajes sueños hubiese imaginado que iba a terminar con tremenda mujer, que una mujer de ese nivel quisiese pasar conmigo la noche.
Fuimos caminando hasta su departamento, un departamento lujoso a tres cuadras del bar. En el transcurso del camino no hablamos de nada. No tuvimos ningún contacto mas que esa palmadita en el hombro y su aliento en mi oreja. Pero por lo que decía íbamos a tener mucho contacto. Mi cabeza maquinaba un millón de escenarios, uno de ellos era que me iba  a despertar en un bañera llena de hielo y sin unos cuantos órganos. 'El que no arriesga no gana' me repetía en mi mente. La luna estaba en lo alto, llena y brillante. Iluminaba su rostro con una luz argenta pálida y plácida. 
Cuando entramos a su departamento fuimos directo a su habitación. A medida que iba caminando, de su cuerpo se iba deslizando el vestido rojo que tenía hasta quedar pura como Eva en el paraíso con la diferencia de sus zapatos de tacos de aguja negros. Se recostó en su cama y lanzó sus zapatos. La habitación estaba a oscuras, salvo por el haz de luz de luna que entraba desde la ventana e iluminaba todo su cuerpo y la luz roja de neón de alguna publicidad del edificio de enfrente. La luna parecía seguirla, la luna la adoraba.
Me desnude rápido y nervioso. No tenía forro, pero no me importo. 'Una mina así seguro se cuida. Que ella se ocupé' pensé. Y de nuevo, como leyendo mi mente habló. 'No te preocupes por los forros' dijo. Me acosté en la cama, y empecé a besar todo su cuerpo, las tetas, los pezones... su concha mojada de tanta excitación... gemía como una bestia. Mi pija estaba como una roca. Pronto ella tomo el control. Beso todo mi cuerpo, lamió mis partes mas erógenas. Poco a poco fui enamorándome de ella. 'Entregame tu alma... y cogeme' me susurró entre gemidos mientras intercambiábamos caricias, besos, salivas y lenguas. 'Sí' le respondí. 
La penetré y gritó como una virgen al recibir una pija de treinta centímetros. Pidió mas y le di más mientras acariciaba su cuerpo con mi rostro perdido en sus pechos. Entonces me di cuenta que algo no estaba bien. Su piel era cada vez mas aspera, mas seca. Justo donde terminaba su espalda me di cuenta que tenía como una cola, era una cola muy cortita, de unos tres centímetros o cuatro y terminaba puntiaguda como la punta de una flecha. 
Aterrado levanté la vista, sus ojos eran de un rojo intenso y de su cráneo asomaban unos pequeños cuernos. Me desesperé, pero en mi menté se lo atribuí a alguna droga o a demasiado alcohol. Y cuando quise desprenderme de ella me resulto imposible. Su cola creció con una velocidad increíble y me envolvió, sus cuernos se hicieron mas largos y el rojo de sus ojos mas intenso. Toda su piel se torno roja y mas áspera aun. Era piel de reptil. No podía separarme de ella y tampoco quería.
'Soy Lamia' me dijo 'Cogeme mientras me quedo con tu alma', quería parar pero no podía. Sabía que mi alma supuestamente valía para algo. Pero era el mejor polvo de mi vida. Seguí besando su piel de reptil y pronto sus cuernos desaparecieron, junto con su cola. Después su piel perdió el color y la aspereza que habían tomado y volvió a ser esa pálida y suave tentación. Seguí haciéndole el dulce amor desesperado, sabiendo que la noche acabaría. Lo ofrecí mi alma mil veces y mil veces la aceptó mientras extasiada me devolvía las caricias y los besos
Llegó el sol y ella ya no estaba. Me vestí y salí del departamento, evidentemente sin alma, y con mi corazón que ya no me pertenecía. En la puerta me fije la altura de la calle, para volver esa misma noche y ofrecerle mi alma mil veces mas, y me fui para mi casa. Tenía que ir a trabajar, pero llamé y avisé que estaba enfermo y me quedé esperando la noche.
Volví a la dirección que había anotado, pero no existía. La entrada no estaba, podía ver el anunció del hotel internacional alumbrando sus luces de neón rojas. Pero frente al hotel, donde esa misma mañana había un edificio, se encontraba un estacionamiento. Le pregunté al encargado del estacionamiento si la dirección que tenía coincidía y el número coincidía. Me desesperé, volví al bar donde había estado la noche anterior. '¿Sabés si estuvo por acá la mina con la qué estaba hablando ayer?' le pregunté al barman que nos había visto hablar juntos. 'No' respondió 'anoche fue la primera vez que la vi, hoy no apareció. ¡Tremenda perra! ¡Eh! ¿Te la curtiste anoche?'
No le respondí, salí por la puerta, aterrado y con mi corazón hecho mil pedazos. Se había llevado mi alma, pero se había olvidado de mi corazón, me lo había dejado para que pueda sufrir. Lo único que quería era verla, sin importar que fuese en el infierno.
Es por eso que viole y maté a esa nena, Señor Juez, es que quería asegurarme de ir al infierno. Esperaba que el padre de la nena me mate, pero obviamente hay gente que todavía cree en el proceso de la ley. Tendré que esperar en esa celda hasta que llegue mi día o quizás pueda usted ser tan bondadoso y proporcionarme la pena de muerte. Intenté quitarme la vida, pero lamentablemente no tengo el estomago para eso.

miércoles, 1 de junio de 2011

CAMINOS SINUOSOS



Intento no pensar en el día que sigue. Cualquiera que sea mi destino sé que voy a ser yo el que lo teja, el que lo escriba con mis acciones. Espero que no sea un camino bastante sinuoso, el mío lo prefiero mas fácil, caminable, sin rocas que lo bloqueen o curvas tan cerradas que no sea capaz de ver lo que se avecina. Pero sé que será difícil. Nunca se me hacen fáciles los kilómetros por recorrer. El destello del sol promete iluminar mi ruta, pero apenas un breve instante. Sé que el chupi y las drogas lo oscurecerán. Pienso, a veces, en ella, pero no freno en ese pensamiento. Grito "No voy a olvidarte", pero la olvidé sin darme cuenta que el tiempo había pasado. Las horas y los días pasaron sin siquiera anunciarse. Me clavo otra raya de merca y digo "Pensé que no era necesario", claro que es necesario. Ahora es lo único necesario, eso y el vaso de güisqui a cualquier hora del día. Aun recuerdo cuando tus labios se acercaron al borde de la copa, yo quise imitarte, quise ser igual a vos.

sábado, 2 de abril de 2011

LOS OJOS CELESTES DE...

El verano pasado, me refiero al verano del dos mil ocho, decidí conocer el sur argentino. Estaba muy popular el norte (que tampoco conocía, de hecho era la primera vez que salía de Capital Federal) y como siempre voy en contra de la corriente, decidí conocer el sur. Salí de Capital Federal  con muy poco capital, un bolso de lona en una mano y el cofre, con la guitarra adentro, en la otra. Gracias a la bondad de un amigo llegué a Azul, donde me quedé unos días en el campo de sus viejos. Tres días después, cuando las primeras estrellas empezaban a apagarse, empecé a hacer dedo sobre la Ruta 3. Como había renunciado a mi tedioso trabajo de telemarketer, tenía todo el tiempo del mundo, lo que no quería era estar sobre la ruta bajo el intolerable sol de un mediodía de verano. No estaba muy preocupado por la guita, sabía que con mi guitarra me ganaría el pan de cada día, al menos hasta decidir volver a la ciudad que casi nunca duerme.
Después de unas horas, creo que ya eran las siete u ocho de la mañana, con mi pulgar apuntando hacia el cielo cual emperador romano al dar su ‘si’ dentro de un anfiteatro lleno de plebeyos sedientos de sangre o misericordia, un Volvo FH  paró. ‘¿Donde vas?’ me preguntó el chofer, ‘A donde el viento me lleve y el sol me acompañe’ le respondí, entonces me invitó a subir a su camión. Conducía hasta Ushuaia y como mi destino todavía era incierto me pareció lo más apropiado empezar mi viaje desde el punto más sur del país y subir lentamente hacia el norte. El viaje se hacía deleitable, compartíamos la misma adoración por Dylan, en su cabina no paraba de sonar el disco Time Out Of Mind. Era uno de esos viajes que uno recuerda con gusto, no era uno de esos apretujados en el incomodo asiento de un Pehuenche. El velocímetro mostraba una aceleración constante, que descendía sólo en las curvas. Todo iba tranquilo, pasábamos los pueblos como un TGV, viéndolos apenas como una imagen borrosa. Llevábamos mas de dieciséis horas en esa cabina, no habíamos parado ni para mear. Había empezado a llover hacía dos horas ya, se notaba que el viento golpeaba fuere desde el oeste por la curvatura de las antenas en la trompa del mastodonte. Pero nada de eso me asustaba, el camionero había disminuido la velocidad, supongo que se debía a que no se podía ver ni la ruta, eso no me preocupaba, tenía absoluta fe en la experiencia del conductor. Todo se desvirtuó cuando después de unos mates amargos, acompañados con unos bizcochitos de grasa, mis párpado se hacían cada vez más pesados, hice todo el esfuerzo para no dormirme pero el cansancio me ganó y finalmente mis ojos  se cerraron. El camionero me despertó con una sonrisa en su rostro, “El copiloto nunca duerme”, dijo con los ojos ensangrentados y los labios verdes de tanto mate.  Sacó una bolsita, que resulto ser una bolsita de merca y después de aspirar un poco me ofreció, cosa que rechacé.
Ahí estaba, parado en la ruta; con el viento pegándome de costado y al mismo tiempo empapándome bajo las dolorosas, e inmensas,  gotas de la intensa lluvia. Y claro, con el cofre en una mano y el bolso en la otra. Veía las luces coloradas alejarse cada vez más, hasta que finalmente desaparecieron de mi vista.  No tardó en apoderarse de mi un sentimiento de impotencia, seguido por una invasión de soledad. De esas que uno siente estando solo en el medio del océano o del desierto. Cómo rechacé su oferta tan generosa, y como su adicción a esa droga tan encantadora lo convirtió en un paranoico, decidió dejarme tirado en la ruta. ‘Gracias a Dios’ pensé, sólo Dios sabe que era lo que seguía después de drogarme con ese loco. La cosa era que no sabía donde carajo estaba, tenía mi duda entre si estaba en Chubut o todavía en Río Negro, quizá ya estaba en Santa Cruz. Ahí noté mi ignorancia y mi “sentido” de  ubicación geográfica. En fin, estaba completamente perdido y lo único que sabía era que hacía frío y que estaba empapado. No tenía otra opción más que seguir andando,  y como no había divisado ninguna luz hacía un largo rato ya, decidí seguir la trayectoria del camión. Caminé mucho tiempo, puteando en voz alta e intentando llorar sin lograrlo. Estaba oscuro y no podía ver nada más que gotas sobre mis párpados, tenía ganas de tirar la guitarra y el bolso a la mierda, pero logré componerme y seguí caminando hasta que al final vi una luz incierta de lo que parecía ser una casa a lo lejos. En realidad dudaba si era una casa o un coche, pero seguí caminando  hacía aquella luz como un muerto hacía la luz del paraíso. En mi mente maquinaba miles de escenarios en los que me descuartizarían y venderían mis órganos, o esclavizarían para trabajar en alguna plantación de opio. También corría la posibilidad de caer en algún precipicio y todo roto pero aun sin morir sufriría en agonía varios días hasta finalmente morir. En ese momento sentí mi adicción al celular y maldije mi impulso neo-hippie de hacer éste viaje sin tecnología, que fue lo que me impulsó a romper mi celular, quemar mis tarjetas de crédito, todo como lo hizo Alexander Supertramp, pero sin el coraje de quemar los próceres que tanto me había costado ganar.
Entré empapado a un bodegón con una parrilla que obviamente estaba fuera de servicio. Era sin duda una parada de camioneros. Rastrillé el lugar con mi mirada, no encontré al camionero cocainómano
Con mi guitarra tenía pensado sacar unos mangos más de la posible escasa audiencia, pero cuando amagué a sacar mi guitarra del cofre el cantinero me miró con desaprobación y, moviendo su dedo índice de derecha a izquierda, al mismo tiempo que levantaba sus hombros y en su rostro se dibujaba una mirada de empatía, me dio a entender que no estaba permitido.  Había contado siete u ocho hombres  sentados en diferentes mesas y otro hombre sentado sobre un banco alto y apoyando sus codos sobre la barra con sus ojos clavados en el vaso. Yo no tenía suficiente dinero para comer, tenía que ahorrar lo máximo posible. Es por eso que decidí acompañar al viejo solitario en la barra y pedirme un güisqui. ‘Sin hielo’, le dije al cantinero cuando estaba poniendo los dos cúbitos de hielo en la copa, metió sus dedos mugrientos en el vaso y saco los hielos, entonces sirvió una porción generosa de liquido dorado, supuestamente güisqui, y me entregó el vaso con un golpe fuete sobre la madera.
El viejo, de ojos tristes, profundos y grises, nariz afilada, con cabello plateado y desaliñado, me miró y con un ademán, levantando la copa, brindo a nuestra salud y terminó el resto de su güisqui. Yo tomaba el mío lentamente, saboreándolo sin encontrar algún sabor agradable, intentando pensar en cómo le sabrían los primeros güisquis a Morrison. Era un güisqui barato, sin cuerpo y con el alcohol demasiado presente.
No tardó en hablar, el viejo triste sentado a mi izquierda. Con su acento indiscutiblemente asturiano me preguntó de dónde venía, y antes de responderle se interpuso. ‘Yo vengo de un pueblito en Asturias, he venido a la Argentina hace muchos años ya’, dijo triste y lleno de nostalgia. ‘Es un pueblito cerca de Oviedo, al  norte. Muy bonito por lo que recuerdo. No he vuelto allí desde que llegué a éste país.’
Y como mi curiosidad siempre me obliga a hacer preguntas, que tal vez no tendría que hacer, le seguí la charla. ‘¿Por qué vino?’, le pregunté. ‘Fue por amor y por dolor’, empezó a decir, entonces le pidió al cantinero otra copa y continuó. ‘A Sigilinda la conocí cuando era apenas un chiquilín, teníamos nueve o diez años. Amigamos nos en seguida, todavía no conocíamos al amor entre el hombre y la mujer. Llevábamos la inocencia en el alma, jugábamos en el verdor de los montes y a veces en la oscuridad de los bosques. Recuerdo que contamos nos cuentos de hadas y duendes. Poco a poco fuimos creciendo, y poco a poco nuestra amistad se convirtió en amor. Todavía recuerdo el día en que noté en ella una linda mujer, una mujer bonita. Ese día nació nuestro amor.’
La luz del bodegón era tenue y triste al igual que los ojos de aquel viejo. Debería tener unos ochenta años, puede ser que más. El cantinero no prestaba atención a la historia del viejo, estaba leyendo un periódico ya tres días antiguo. Los demás hombres hablaban entre sí  en voces que parecían susurros. Todavía se podía escuchar el canto del viento en el desierto y el golpear de la lluvia en las ventanas, también estaba el humo de los cigarrillos que rodeaba a todos los presentes y abrazaba nuestras lastimeras almas.
El viejo seguía mirando un punto fijo del otro lado de la barra, pensativo; recordando viejos tiempos. ‘Cuando teníamos quince años estábamos completamente enamorados, no imaginábamos el uno sin el otro. No podíamos imaginar un futuro en el que ella no fuese mí mujer y yo su hombre. Al terminar el día de trabajo, en la herrería de mi padre, salía corriendo a casa de ella para verla. Pasábamos los días juntos,  eran días felices. Días de pobreza y hambre, pero felices.
‘Cuando cumplimos diecisiete años decidimos casarnos. Consideramos nos  lo suficientemente adultos para poder tomar esa decisión con inteligencia. Me puse mis mejores vestidos y me dirigí a la casa de ella. Mis padres pensaban que éramos demasiado jóvenes para semejante paso, para el matrimonio. Pero como era su único hijo, cosa rara en aquel entones, y no habían aprendido a negarme nada, recibí su apoyo total. Ya en casa de ella, después de una intensa conversación con su padre en la que le argumentaba con romanticismo juvenil que amamos nos de verdad, recibí también su bendición.’ Las comisuras de sus labios se empezaron a curvar y una sonrisa tímida se dibujó en el rostro del viejo, y por un breve instante pude ver una chispa de vida en sus ojos. Su sonrisa era tímida, sincera y melancólica. Como riéndose de sí mismo al recordarse de joven.
Apuró su güisqui y continuó, ‘Todo el pueblo alegrase ante nuestra decisión, todos querían participar y ayudar. Sigilinda heredó el vestido de novia de su madre, y las costureras del pueblo se juntaron por primera vez  para trabajar todas en conjunto, hicieron algunos ajustes y dejaron aquel viejo vestido como nuevo. Yo heredé el traje de mi padre, era su mejor traje. A mis diecisiete años yo ya tenía la misma contextura que él, el pobre sastre no tuvo mucho trabajo más que cambiar los botones por unos nuevos.
‘Los días pasaban y el día de la boda acercabase, todo el pueblo ansiaba ese día. Todo el pueblo estaba alegre. Las vidas difíciles que llevábamos se olvidaron como frente al día de la Virgencita de Covadonga, o alguna otra festividad.’ Vi que una lágrima logró escaparse de sus ojos húmedos. Su respiración era entrecortada, y sus manos temblaban mientras acercaba el trago a sus labios. ‘Esa mañana, la mañana de mi boda, fue el día más feliz de mi vida’, me dijo. ‘Pero mi felicidad, junto con el buen humor y la felicidad de todo el pueblo, desvaneció cuando escucharon se las explosiones. Provenían desde la  parte del pueblo donde estaba la casa de Sigilinda’, las lágrimas ahora cubrían su rostro y sus ojos estaban completamente empapados. ‘Salí corriendo de la casa de mis padres, mientras corría escucharon se otros dos estallidos, y cuando llegué vi que la casa de Sigilinda estaba completamente destruida y en llamas. Quise entrar, pero unos amigos y vecinos me detuvieron. “Está muerta”, me dijeron, “Vimos lo con nuestros propios ojos”, me gritaban. Recuerdo que la ciudad era un barullo, la gente corría para todos lados, y el humo de las llamas tornó el cielo gris.
‘Sé que después de gritar y luchar para poder entrar me desmayé. Me desperté dos días después en un carro con rumbo a Galicia, me contaron que estuve esos dos días luchando contra una fiebre intensa. Uno de los que estaba en el carro era un amigo, de los que me detuvo. Me contó que mi casa también había volado en mil pedazos y que ya no tenía nadie en aquel pueblo. Si me hubiese quedado me arrestarían por republicano, anarquista o cualquier otro cargo absurdo. No sufrí por la muerte di mis padres, la muerte de Sigilinda fue demasiado fuerte como para poder sentir algún otro dolor.
‘Decidí seguir con él hasta Galicia y ahí tomar un barco para la Argentina, no teníamos dinero, por eso he tenido que vender el reloj de oro de mi abuelo, que tenía en el bolsillo del traje que herede de mi padre, “Está es la única riqueza que tenemos”, me dijo mi viejo, “no te aferres a ello pues si no tienes a quien amar la riqueza no significa nada”. Con lo que nos dieron por el reloj pude nos pagar el pasaje a los dos.’
Las lágrimas no cesaban de deslizarse por las mejillas del viejo, y  al sentir su tristeza mis ojos se humedecieron. Noté que en el bolsillo de mis pantalones tenía un paquete de cigarrillos, gracias a los dioses no estaban mojados. Saqué uno  y le pedí fuego al cantinero, que me miró con cierto desdén  por interrumpir su concentrada lectura, se acercó y me dio una cajita de fósforos. Encendí el cigarrillo e inhale el humo con rencor y placer. Sentí el humo pasar por mi garganta y después llenar mis pulmones… que placer.
Le ofrecí un pucho al viejo, que me agradeció pero rechazó. Volvió a llamar al cantinero y le pidió que nos llene las copas. ‘Con Manolo llegué a la Argentina, no conocíamos a nadie y no teníamos un duro ni para comprar una empanada. Pronto empecé a trabajar en una herrería en Buenos Aires, intentando olvidar la vida de Asturias, pero no podía olvidar los ojos celestes de Sigilinda. Eventualmente perdí el contacto con Manolo, poco tiempo después de llegar se había marchado para Chile. Fue por eso, y además de no conocer a nadie, que después de dos años de trabajo duro en Buenos Aires decidí venir al sur. Me ha ido bien, dediqué mi vida al trabajo y amasijé una fortuna considerable. Nunca me casé, tampoco tuve hijos. Todos los días desde que llegué a la Argentina dedique el tiempo a trabajar. Lo que es la vida, uno nunca sabe lo que le toca.’
Se quedó pensativo, yo apuré mi copa y encendí otro cigarrillo. Miré a mí alrededor y todavía estaban los demás hombres presentes; como muñecos de cera sin ningún tipo de vida, los susurros habían cesado y todos parecían estar perdidos en algún pensamiento. El viejo pidió otra ronda, sacó un pañuelo del bolsillo trasero de sus elegantes pantalones y se secó las lágrimas y los ojos húmedos. Después de aclararse la garganta continuó; ‘Hace unos días he tenido que viajar a Buenos Aires. Quería concretar la venta de todos mis bienes. Ya estaba cansado de acumular una riqueza que no me servía para mucho, y me había decidido volver a Asturias, a mi pueblo natal -a esos bosques negros y arroyos mansos. Quería al menos poner un clavel en el cementerio local. Tal vez encontrar la tumba de Sigilinda, o la de mis padres quizás. En fin, estaba cruzando la Av. 9 de Julio justo a la altura del obelisco; cuando de repente escucho a alguien gritar mi nombre.
‘“¡Isidro!” volvió a gritar el viejo a unos quince metros. Sabía que de algún lado lo conocía y su tonada me resultaba extremadamente familiar. Incluso su rostro me era familiar. A mi edad uno olvida las caras, y aún forzando mi mente mientras el extraño se acercaba, parecía no tener éxito alguno. “¡Isidro, joder!… soy Manolo” Me alegré tanto al reconocerlo que instantáneamente lo envolví entre mis brazos.
‘Abrazamos nos como verdaderos hermanos, habían pasado setenta años o mas desde su partida a chile, y desde entonces lo único que existía de el era una neblina en mi mente. “¿Qué haces aquí?” le pregunté con sincera intriga. “Vengo de ver a mi nieta, acabo de convertirme en bisabuelo.” Recién ahí noté el golpe de los años y el relámpago que es la vida. Continuamos hablando de banalidades, de nuestros setenta y tantos años vividos después de seguir por caminos diferentes.
‘“Hay algo que te quiero contar” me dijo apesadumbrado, y sin mas vueltas continuó. “Hace años de éste episodio y te he buscado sin éxito. Bueno… -se aclaró la garganta y continuó-  Treinta años atrás, quítale o agrégale dos años, me he cruzado con Sigilinda… te he buscado y no he tenido éxito. Lo lamento hermano.”
‘No lo podía creer, Sigilinda estaba viva. Viviendo en el mismo país que yo hacía ya cincuenta años. Mis piernas temblaban al igual que mi voz, y le conté que no sabía que ella seguía con vida. La había dado por muerta, perdida en las llamas de aquella pobre casa. Le pedí la dirección, él me la dio y sin más preámbulos me dirigí a su casa. Estaba contento, y al mismo tiempo toda mi vida pasó por delante de mis ojos. Una vida desperdiciada, pensé.’
‘¿Estaba  viva?’, le pregunté sorprendido. ‘Si, viva, casada, con hijos, nietos y su primer bisnieto’, respondió y continuó. ‘Llegué a su casa agitado, deseoso de verla y con mil palabras saltando en mi mente, sin saber exactamente qué decir. Cuando abrió la puerta seguía bonita, igual que siempre.  Nos pusimos a hablar y las lágrimas se derramaban por nuestros ojos de la misma manera que corren los manantiales por los verdes montes de Asturias. Me contó que la mañana de la boda había ido a Oviedo con su tía a retirar su velo de novia, y que cuando regresó encontró al pueblo destruido y desierto. De mi no tenía noticias, sus padres habían muerto y con sus hermanos menores no tenía techo bajo cual dormir, más que el de la tía. Pronto su tía la casó con un pariente lejano y adinerado. “He sufrido al principio”, me dijo Sigilinda, “¡Y yo he sufrido todos los días de mi puta vida!”, tenía ganas de gritarle. Pero no dije nada y ella continuó, “Pero es un hombre bueno, y un gran padre por sobre todo. Siempre me ha respetado.” Le pedí que se escapase con migo al sur para poder disfrutar nuestros últimos años juntos. Dijo que lo pensaría, me pidió que vuelva a mi casa y que la llame en dos días, que la deje pensar y que ella tendría una respuesta entonces. Eso fue hace dos días hoy a la mañana.’
‘¿La llamaste?, ¿La vas a llamar?’ pregunté ansioso, creyendo en el poder del amor. ‘Si, la he llamado, “Perdóname”, me dijo “pero ahora amo de verdad a mi marido y a mi familia. No puedo”, y colgó.’
Quise invitarlo a tomar otra copa, pero la rechazó. ‘Tómate tú otra copa, o todas las que puedas tomarte’ me dijo mientras se levantaba y sacaba su billetera. Le dio un fajo de billetes de cien al cantinero y le dijo que me sirva lo que yo deseaba. Terminó su trago de un sorbo, ‘Muchas gracias por escucharme, necesitaba descargarme con alguien, tal vez hubiese sido mejor hacerlo con un cura para no llenar tu corazón de penas’, me estrechó su mano y volvió a repetir ‘Gracias’, sacó un pucho de su tabacalera, lo encendió y volvió a hablar, ‘Ahora me disculpo caballero’, dijo mirándome a los ojos, ‘tengo que escaparme al baño.’ El viejo se fue, y mientras el cantinero me servía una copa de su mejor güisqui yo me encendí otro cigarrillo, al mismo tiempo meditando sobre la historia del viejo y en cómo hacer una canción sobre aquella historia triste. Escuche un estallido, todo mi cuerpo se estremeció y el humo que tan placenteramente acariciaba mis pulmones salió disparado de mi boca.
Salí corriendo al cuarto de baño, abrí la puerta y ahí lo vi. Isidro, sentado sobre el retrete, con sus sesos esparcidos por los azulejos de la pared, con sangre y materia gris por todos lados y con el pucho todavía humeando entre los dedos de su mano izquierda. ‘Que lastima’ pensé, ‘parecía un buen hombre.’

martes, 29 de marzo de 2011

CUANDO LAS TECLAS PIDEN A GRITOS SER GOLPEADAS

Cuando en la ciudad llueve, y cuando no se tiene un solo mango en vísperas de un finde largo, lo único que deseo es que empiece la semana. Puedo permanecer cerrado en mi cubículo, que denominaron departamento y que llamo hogar, y pasarme esos cuatro días escribiendo. Podría adelantar bastante de lo que vaga por mi cabeza.
Eso es imposible, por alguna casualidad de la vida se dio que otras cuatro personas habiten mi cubículo en éste preciso instante. Hace un mes que viene igual, y la única privacidad que tengo es cuando voy a cagar. Están mis dos hermanos, un yanqui y un pibe de Rio Negro. Pasamos buenos momentos, pero los chistes empiezan a ser aburridos y las teclas me gritan cada ve mas seguido que las vuelva a golpear.
No me gustaría nada mas que golpearlas mas seguido y mas fuerte. Tengo miles de anécdotas para contar; la chica que era linda pero que resultó fea después de besarla y verla a la luz del día. La puta que no quería cobrar pero no tenía para comer. El taxista que vendía merca y profesaba la fe en Cristo al mismo tiempo. La noche que no quería acabar o el travesti que quería vestirse como hombre pero temía lo que le podían decir en su casa. Tengo miles de esas historias, bueno, quizás no son miles... pero son muchas.
Lo malo es que no tengo tiempo. Ahora estoy aprovechando que todos están dormidos, salvo el pibe de Río Negro. Con cinco guachos en un cubículo la resaca se puede hacer difícil y escribir se torna en algo inalcanzable.
Veremos lo que heremos estos cuatro días, que parecen de luto. Probablemente juntemos unos mangos, compremos unas cuantas botellas de ginebra y dejemos que la noche nos guíe. A su salud beberé cada uno de mis vasos, a la salud de los escritores de hoy, de los muertos de hambre que supuran palabras.