miércoles, 12 de mayo de 2010

UNA NOCHE CUALQUIERA (III)


Seguí caminando, caminar hace bien. Dicen que es bueno para la circulación de la sangre. Ayuda a mantener el peso ideal. Y encima previene enfermedades. Me dicen que conviene al sistema cardiovascular y ayuda a liberar el estrés. Supongo que no es lo mismo caminar con un pucho en la mano y una cantidad astronómica de alcohol en el cuerpo que con una botellita de agua y auriculares enchufados en las orejas. Pero bueno, para algo tiene que contar. No me pregunten que hora era, no lo se. No uso reloj ni celular.
Empecé a sentirme mejor, ya no sentía frío. Mi mente estaba mas despejada y me di cuenta que no tenía idea donde estaba. Estaba ansioso por un vaso de güisqui, lo deseaba con tanta fuerza que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Por eso empecé a correr. Corrí y corrí, y me sentí como la primera vez que una mujer me dejó. Bah… una niña, por que niños éramos. Recuerdo que corrí para apaciguar el dolor en mi corazón, o tal vez era para recuperar mi ego quebrantado. Pero esta vez corría a casa, corría a buscar plata. Corría por una copa de güisqui. Debo haber corrido las últimas quince o veinte cuadras que quedaban por recorrer. Como de costumbre no andaba el ascensor y subí los siete pisos corriendo. No se que espíritu maligno se había apoderado de mí. Simplemente no estaba dispuesto a que la noche termine en eso, en nada.
Agarré la plata y salí rápido del departamento. Era plata que no debía gastar, pero entonces no me importaba. Fui al quiosco más cercano y compré un atado de puchos. Paré el primer taxi y, ahora sin mentiras y con la mente bien despejada, le pedí que me lleve a un boliche que conocía en el centro. Era un after, y siempre se llenaba de gente. Llegué en un cerrar y abrir de ojos, le pagué al taxista y pasé por la puerta del boliche sin pagar. Todavía no entiendo como lo hice, sólo se que salude a los patovicas como si fuesen viejos amigos.
Una vez adentro, me dirigí directamente a la barra, como leopardo atacando a su presa. Pedí un güisqui doble sin hielos y me lo bajé en un santiamén. Seguí pidiendo güisquis que desaparecían como nuestros presidentes en el dos mil uno. Uno tras otro se deslizaban por mi garganta. No se que estaba intentando matar, que quería olvidar… simplemente necesitaba apagar una llama que ardía en mi interior, pero creo que dormirlo hubiese sido mejor.
Tengo un vacío, no recuerdo como llegué desde la barra al baño de mujeres. De repente me encontré ahí. Estaba con una rubia de Texas aspirando cocaína, que supongo era de ella. Intento chupármela después de que aspiramos, pero no había manera. La tenía tan floja que ni Jenna Jameson hubiese logrado darme placer en ese momento. Aspiré un poco más y salí de ahí para volver a la barra y pedir otra copa. Imagino mi pinta, él pelo todo desaliñado a lo Jimmy Hedrix, mis ojos colorados como dos tomates, un aliento que espantaría a una rata, seguro estaba pálido y sudando como un cerdo, no recuerdo lo que llevaba puesto. Seguro alguna camisa y unos jeans. Pero no hay duda que daba lastima, la gente que de ahí estaba toda arreglada, no se les notaba la noche encima.
Me puse a hablar con el barman, y seguro que le conté sobre mi amor frustrado. Sobre mí Fermina Daza, mí Julia, mí Rubia Platinó, la mujer que tanto amaba pero que no me amaba. La mujer que amaba a todos los hombres menos a mí. Que me dejó amarla una noche y nunca mas. Como un sacerdote escuchaba mis confesiones, y cada vez que mi vaso estaba vacío lo rellenaba. Un verdadero amigo. Pero pronto perdió mi atención. Sentí una sombra brillante a mi lado, era la yanqui que me miraba con dulzura.
‘Monsuier’ me dijo haciéndose la coqueta y en un castellano deplorable me invitó a su casa. ‘Dale’ dije sin pensarlo dos veces, olvidando por completo la escena del baño. Terminé mi güisqui y le pedí uno más. Era totalmente innecesario -pero cual de aquellos güisquis no lo era- y sin embargo lo necesitaba más que el aire. Miré  el fondo de la copa vacía y no encontré respuesta alguna ahí. Me paré y agarré a la Tejana de la cintura, ayudándome de esa manera a mantener el equilibrio, y salimos a buscar un taxi. El sol estaba recién saliendo, un sol naciente. Asocié eso automáticamente con el ejército nipón. Mil japoneses petisos, con esa cinta con el punto rojo en la frente, invadieron mi mente. Los vi haciendo esa danza de victoria todos orgullosos, golpear sus tambores y gritar algo orgullosamente. Volví al mundo real al sentir aquellos rayos tristes que como navajas afiladas cortaban mi retina. Así que le saqué a la chica sus gafas, unas rosas bien afeminadas que tenía sobre su cabeza, y me las puse.
Ella fue la que paró el taxi, me dejó entrar primero y le dio la dirección al chofer. Fue un viaje largo, y cuando paramos me di cuenta que estábamos por Pompeya o cerca. ¿Qué hacía una yanqui en Pompeya? La verdad es que no lo sé y no tenía ganas de preguntar.
Era un departamento tipo loft que estaba sobre una casa de pinturas. Ella entró primera y con cada paso que daba se iba sacando una prenda hasta quedar completamente desnuda parada a los pies de una cama que estaba en el medio del departamento. Parecía el set de una película porno, y yo; un actor sin libido. Me acerqué a ella y lentamente me desnudó mientras besaba mi cuerpo. ‘Ueit’ dijo y se fue. Me dejó en ese enorme ambiente completamente desnudo y solo. Nunca en mi vida me sentí tan vulnerable. Empecé a dar vueltas con la intención de buscar algo para tomar, todavía no estaba apagado ese fuego en mí todavía no tenía las respuestas a las preguntas que obviamente no conocía. Y finalmente lo encontré, una estantería llena de botellas, todo tipo de licores y bebidas. Agarré un güisqui barato y a falta de vasos tomé directamente del pico. Ya ni sentía lo que pasaba por mi garganta, apenas un gustito. Pero era placentero, era el elixir del momento.
Se abrió una puerta y de una sombra salió la yanqui, ‘¡Impresionante!’ pensé, pero no lo grité. Estaba vestida completamente en cuero, al estilo gatubela. Con botas altas de tacos bien finitos, y con sus manos detrás de la espalda, como escondiendo algún regalo fantasioso. No es lo mío el sadomasoquismo, pero esa mujer estaba increíble. Todas mis fantasías se fueron por la borda cuando detrás de ella salieron dos negros gigantes, también vestidos en cuero, con mordazas de gomas coloradas tapando sus bocas. Y ella con un mordaz en la mano y una especie de cinto en la otra del cual colgaba un pene gigante.
Entré en pánico, no tenía idea donde estaba la salida, no sabía donde estaba mi ropa… no sabía donde carajo estaba exactamente. Encontré mi pantalón, lo agarré y salí corriendo. Di vueltas por todo el lugar, y eso que la puerta estaba claramente detrás de mí. Una puerta colorada y grande.
Corrí unas cinco cuadras descalzo y en bolas, con el pantalón en una mano y con la botella de güisqui en la otra. Logré tranquilizarme y me puse el pantalón, mi vista estaba completamente nublada. Ya casi no veía nada pero sentía un olor asqueroso. Me tiré ahí donde estaba. ¿Qué me podía pasar? No podían robarme, pues no tenía nada. Seguro parecía un vagabundo borracho. El suelo era suave, lo acaricié con mis dedos y me di cuenta que estaba tendido sobre el césped. ‘Estoy en un parque’ pensé tranquilo ‘Voy a terminar la botella y que sea lo que dios quiera’.
No se cuando fue, pero cedí ante los dulces versos de Morpheo. Desperté con el sol de mediodía pegándome fuerte en la cara, bañándome con sus rayos calidos. Ahí me di cuenta que estaba en el puente Alsina, del lado de provincia. El hedor del riachuelo era insoportable, en ese instante vomité y me sentí un poco mejor. Estaba literalmente hecho bolsa. Mi única prenda era mi pantalón. Era un asco mi aspecto. Los pies los tenía negros y ensangrentados. Ya resignadísimo al porvenir, caminé lentamente hasta la estación del tren, sabía que podía pasar sin pagar boleto y que me acercaría al menos un poquito a casa.
Esa fue una de las tantas mañanas que dije: ‘Nunca mas tomo algo que tenga alcohol.’
               

                                                                                         FIN.-