martes, 29 de marzo de 2011

CUANDO LAS TECLAS PIDEN A GRITOS SER GOLPEADAS

Cuando en la ciudad llueve, y cuando no se tiene un solo mango en vísperas de un finde largo, lo único que deseo es que empiece la semana. Puedo permanecer cerrado en mi cubículo, que denominaron departamento y que llamo hogar, y pasarme esos cuatro días escribiendo. Podría adelantar bastante de lo que vaga por mi cabeza.
Eso es imposible, por alguna casualidad de la vida se dio que otras cuatro personas habiten mi cubículo en éste preciso instante. Hace un mes que viene igual, y la única privacidad que tengo es cuando voy a cagar. Están mis dos hermanos, un yanqui y un pibe de Rio Negro. Pasamos buenos momentos, pero los chistes empiezan a ser aburridos y las teclas me gritan cada ve mas seguido que las vuelva a golpear.
No me gustaría nada mas que golpearlas mas seguido y mas fuerte. Tengo miles de anécdotas para contar; la chica que era linda pero que resultó fea después de besarla y verla a la luz del día. La puta que no quería cobrar pero no tenía para comer. El taxista que vendía merca y profesaba la fe en Cristo al mismo tiempo. La noche que no quería acabar o el travesti que quería vestirse como hombre pero temía lo que le podían decir en su casa. Tengo miles de esas historias, bueno, quizás no son miles... pero son muchas.
Lo malo es que no tengo tiempo. Ahora estoy aprovechando que todos están dormidos, salvo el pibe de Río Negro. Con cinco guachos en un cubículo la resaca se puede hacer difícil y escribir se torna en algo inalcanzable.
Veremos lo que heremos estos cuatro días, que parecen de luto. Probablemente juntemos unos mangos, compremos unas cuantas botellas de ginebra y dejemos que la noche nos guíe. A su salud beberé cada uno de mis vasos, a la salud de los escritores de hoy, de los muertos de hambre que supuran palabras.