miércoles, 23 de junio de 2010

STAIRWAY TO HEAVEN Y UN CONSTANTE KNOCK KNOCK KNOCKIN' ON HEAVEN'S DOOR

A veces, cuando miro ese vaso y veo que en el fondo no hay ninguna respuesta, me pregunto si existirá algún dios en realidad. O si tal vez será como dijo Gagarin allá en el lejano ’61, bien lejos de su casa… ‘Aquí no veo a ningún Dios.’ ¿Lo habrá pensado después? ¿Mirando el fondo de un vaso también? ¿O en los brazos de alguna enfermera noches después de volver a su querido país?, de donde ningún hombre había vuelto antes.

Anoche pensé en Gagarin cundo terminaba mi trago. Pensé también en aquella “quinceañera” y en las propagandas de selúteens… ¿Me estaré convirtiendo en pedófilo, en pederasta quizá? Constantemente estaba bombardeado por imágenes con las Lolitas de Nabokov. Por todos lados me decían que las nenas de catorce ya eran deseables, que las nenas de quince ya eran adultas. Pero también me decían que si las tocaba me meterían preso… y peor aún… me condenarían al infierno… ‘¡Son demasiado jóvenes!’ gritaban las voces prejuiciosas. Y si… son apenas unas niñas a las que obligamos a ser adultas. Criaturas que aprenden a comportarse como adultas sólo por que ya tienen dos pequeños chichones donde algún día estarán sus senos… Pero aquellos chichones me fueron increíblemente tentadores. Son de una redondez prefecta, de una forma dulce e inocentes, y al mismo tiempo sensuales. Parecen estar llenos de vida, de futuro, de pasión ancestral esperando a ser descubierta por manos experimentadas.

Pero ahí estaba la joven Venus, ya no había vuelta atrás. Yo era un viejo, un viejo de la vida… todavía no de los años. Aquella ninfa que estaba en mi cama todavía no había cumplido los quince. ‘Tengo quince’ me dijo cuando la conocí, pero poco después confesó que todavía le faltaban unos meses. Pedí una modelo para un desnudo y eso fue lo que me mandaron. Una nena de casi quince años. Una vez escuché que la oportunidad crea al ladrón, ahora creo que es verdad… Como Humbert Humbert no pude no enamorarme de aquella niña, de aquella Lolita. ¡Era imposible no hacerlo! Era tan bella… mirar sus ojos era como meter la mano en un panal salvaje de abejas. Era un sentimiento cálido y caliente. ¿Cómo iba a no enamorarme de sus ojos?

La pinté, empecé trazando líneas por un lienzo. Pronto solté el pincel y terminé pasando, con mis dedos, la pintura directamente sobre su piel. Me desnudé ante el asombro pícaro de sus ojos. Me convertí en toda piel. Ella era piel, era pintura, era azul, amarilla, roja, verde…. Y al mismo tiempo una mezcla de todo… Era un mirage en el desierto…. Aun que era demasiado real como para no ver las obvias consecuencias… como para no convertirme en un Polanski. Besó todo mi cuerpo con un hambre curioso. Sangró sobre mis muslos y rodillas como un cordero sacrificado. Y gemía como una Gazella, toda larga y estilizada, a punto de ser devorada por su depredador. Entonces quedó tendida en mi cama… toda cubierta de pintura, de sangre y de semen, con la sabana toda sucia enredada en sus pies… Toda feliz, salvaje… toda satisfecha. Pero era una niña y yo lo sabía. Ella, estoy seguro, no lo sabía.

¿Quieren que diga la verdad? Claro que lo quieren… Me encantó, la seducí sabiendo que lo hacía y ella me sedujo… Pero yo era el adulto y no ella. Yo era el que tenía que decirle que no, no le correspondía ese papel a ella. Pero eso no me importaba, muchas cosas decían que sí. Mi virilidad decía que sí, mis pelotas llenas de leche gritaban que sí. ¡Sus ojos me rogaban que SÍ! Estoy seguro de que en algún lugar había alguien que me entendía en ese preciso instante…. Seguro aquel hijo de puta que me la mando para que pose…

Me quedé sentado en ese bar pensando en el bien y el mal. En si esos dos términos existían, y si alguna vez habían existido. Entonces me di cuenta que ella era la escalera que conducía al cielo… Volví a mirar el fondo de mi copa, por última vez… Entonces me encontré ahí, frente a las puertas custodiadas por San Pedro, pero no estaba él, ni ningún otro santo… toqué, nadie atendió. No había nadie, ni frente ni detrás de aquel gran portón. Nadie atendía esa puerta, nadie la custodiaba… Seguí tocando y tocando, pero esa puerta no se abriría jamás… Ni siquiera se dignarían a mandarme al infierno con el resto de los depravados… me quedaría ahí golpeando esa puerta, con mis nudillos a carne viva y todos sangrientos, para siempre… siempre… siempre…

miércoles, 12 de mayo de 2010

UNA NOCHE CUALQUIERA (III)


Seguí caminando, caminar hace bien. Dicen que es bueno para la circulación de la sangre. Ayuda a mantener el peso ideal. Y encima previene enfermedades. Me dicen que conviene al sistema cardiovascular y ayuda a liberar el estrés. Supongo que no es lo mismo caminar con un pucho en la mano y una cantidad astronómica de alcohol en el cuerpo que con una botellita de agua y auriculares enchufados en las orejas. Pero bueno, para algo tiene que contar. No me pregunten que hora era, no lo se. No uso reloj ni celular.
Empecé a sentirme mejor, ya no sentía frío. Mi mente estaba mas despejada y me di cuenta que no tenía idea donde estaba. Estaba ansioso por un vaso de güisqui, lo deseaba con tanta fuerza que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Por eso empecé a correr. Corrí y corrí, y me sentí como la primera vez que una mujer me dejó. Bah… una niña, por que niños éramos. Recuerdo que corrí para apaciguar el dolor en mi corazón, o tal vez era para recuperar mi ego quebrantado. Pero esta vez corría a casa, corría a buscar plata. Corría por una copa de güisqui. Debo haber corrido las últimas quince o veinte cuadras que quedaban por recorrer. Como de costumbre no andaba el ascensor y subí los siete pisos corriendo. No se que espíritu maligno se había apoderado de mí. Simplemente no estaba dispuesto a que la noche termine en eso, en nada.
Agarré la plata y salí rápido del departamento. Era plata que no debía gastar, pero entonces no me importaba. Fui al quiosco más cercano y compré un atado de puchos. Paré el primer taxi y, ahora sin mentiras y con la mente bien despejada, le pedí que me lleve a un boliche que conocía en el centro. Era un after, y siempre se llenaba de gente. Llegué en un cerrar y abrir de ojos, le pagué al taxista y pasé por la puerta del boliche sin pagar. Todavía no entiendo como lo hice, sólo se que salude a los patovicas como si fuesen viejos amigos.
Una vez adentro, me dirigí directamente a la barra, como leopardo atacando a su presa. Pedí un güisqui doble sin hielos y me lo bajé en un santiamén. Seguí pidiendo güisquis que desaparecían como nuestros presidentes en el dos mil uno. Uno tras otro se deslizaban por mi garganta. No se que estaba intentando matar, que quería olvidar… simplemente necesitaba apagar una llama que ardía en mi interior, pero creo que dormirlo hubiese sido mejor.
Tengo un vacío, no recuerdo como llegué desde la barra al baño de mujeres. De repente me encontré ahí. Estaba con una rubia de Texas aspirando cocaína, que supongo era de ella. Intento chupármela después de que aspiramos, pero no había manera. La tenía tan floja que ni Jenna Jameson hubiese logrado darme placer en ese momento. Aspiré un poco más y salí de ahí para volver a la barra y pedir otra copa. Imagino mi pinta, él pelo todo desaliñado a lo Jimmy Hedrix, mis ojos colorados como dos tomates, un aliento que espantaría a una rata, seguro estaba pálido y sudando como un cerdo, no recuerdo lo que llevaba puesto. Seguro alguna camisa y unos jeans. Pero no hay duda que daba lastima, la gente que de ahí estaba toda arreglada, no se les notaba la noche encima.
Me puse a hablar con el barman, y seguro que le conté sobre mi amor frustrado. Sobre mí Fermina Daza, mí Julia, mí Rubia Platinó, la mujer que tanto amaba pero que no me amaba. La mujer que amaba a todos los hombres menos a mí. Que me dejó amarla una noche y nunca mas. Como un sacerdote escuchaba mis confesiones, y cada vez que mi vaso estaba vacío lo rellenaba. Un verdadero amigo. Pero pronto perdió mi atención. Sentí una sombra brillante a mi lado, era la yanqui que me miraba con dulzura.
‘Monsuier’ me dijo haciéndose la coqueta y en un castellano deplorable me invitó a su casa. ‘Dale’ dije sin pensarlo dos veces, olvidando por completo la escena del baño. Terminé mi güisqui y le pedí uno más. Era totalmente innecesario -pero cual de aquellos güisquis no lo era- y sin embargo lo necesitaba más que el aire. Miré  el fondo de la copa vacía y no encontré respuesta alguna ahí. Me paré y agarré a la Tejana de la cintura, ayudándome de esa manera a mantener el equilibrio, y salimos a buscar un taxi. El sol estaba recién saliendo, un sol naciente. Asocié eso automáticamente con el ejército nipón. Mil japoneses petisos, con esa cinta con el punto rojo en la frente, invadieron mi mente. Los vi haciendo esa danza de victoria todos orgullosos, golpear sus tambores y gritar algo orgullosamente. Volví al mundo real al sentir aquellos rayos tristes que como navajas afiladas cortaban mi retina. Así que le saqué a la chica sus gafas, unas rosas bien afeminadas que tenía sobre su cabeza, y me las puse.
Ella fue la que paró el taxi, me dejó entrar primero y le dio la dirección al chofer. Fue un viaje largo, y cuando paramos me di cuenta que estábamos por Pompeya o cerca. ¿Qué hacía una yanqui en Pompeya? La verdad es que no lo sé y no tenía ganas de preguntar.
Era un departamento tipo loft que estaba sobre una casa de pinturas. Ella entró primera y con cada paso que daba se iba sacando una prenda hasta quedar completamente desnuda parada a los pies de una cama que estaba en el medio del departamento. Parecía el set de una película porno, y yo; un actor sin libido. Me acerqué a ella y lentamente me desnudó mientras besaba mi cuerpo. ‘Ueit’ dijo y se fue. Me dejó en ese enorme ambiente completamente desnudo y solo. Nunca en mi vida me sentí tan vulnerable. Empecé a dar vueltas con la intención de buscar algo para tomar, todavía no estaba apagado ese fuego en mí todavía no tenía las respuestas a las preguntas que obviamente no conocía. Y finalmente lo encontré, una estantería llena de botellas, todo tipo de licores y bebidas. Agarré un güisqui barato y a falta de vasos tomé directamente del pico. Ya ni sentía lo que pasaba por mi garganta, apenas un gustito. Pero era placentero, era el elixir del momento.
Se abrió una puerta y de una sombra salió la yanqui, ‘¡Impresionante!’ pensé, pero no lo grité. Estaba vestida completamente en cuero, al estilo gatubela. Con botas altas de tacos bien finitos, y con sus manos detrás de la espalda, como escondiendo algún regalo fantasioso. No es lo mío el sadomasoquismo, pero esa mujer estaba increíble. Todas mis fantasías se fueron por la borda cuando detrás de ella salieron dos negros gigantes, también vestidos en cuero, con mordazas de gomas coloradas tapando sus bocas. Y ella con un mordaz en la mano y una especie de cinto en la otra del cual colgaba un pene gigante.
Entré en pánico, no tenía idea donde estaba la salida, no sabía donde estaba mi ropa… no sabía donde carajo estaba exactamente. Encontré mi pantalón, lo agarré y salí corriendo. Di vueltas por todo el lugar, y eso que la puerta estaba claramente detrás de mí. Una puerta colorada y grande.
Corrí unas cinco cuadras descalzo y en bolas, con el pantalón en una mano y con la botella de güisqui en la otra. Logré tranquilizarme y me puse el pantalón, mi vista estaba completamente nublada. Ya casi no veía nada pero sentía un olor asqueroso. Me tiré ahí donde estaba. ¿Qué me podía pasar? No podían robarme, pues no tenía nada. Seguro parecía un vagabundo borracho. El suelo era suave, lo acaricié con mis dedos y me di cuenta que estaba tendido sobre el césped. ‘Estoy en un parque’ pensé tranquilo ‘Voy a terminar la botella y que sea lo que dios quiera’.
No se cuando fue, pero cedí ante los dulces versos de Morpheo. Desperté con el sol de mediodía pegándome fuerte en la cara, bañándome con sus rayos calidos. Ahí me di cuenta que estaba en el puente Alsina, del lado de provincia. El hedor del riachuelo era insoportable, en ese instante vomité y me sentí un poco mejor. Estaba literalmente hecho bolsa. Mi única prenda era mi pantalón. Era un asco mi aspecto. Los pies los tenía negros y ensangrentados. Ya resignadísimo al porvenir, caminé lentamente hasta la estación del tren, sabía que podía pasar sin pagar boleto y que me acercaría al menos un poquito a casa.
Esa fue una de las tantas mañanas que dije: ‘Nunca mas tomo algo que tenga alcohol.’
               

                                                                                         FIN.-

domingo, 25 de abril de 2010

UNA NOCHE CUALQUIERA (II)



Hay unos cuantos sucesos de mi caminata, desde el Solar De La Abadía hasta cerca del Congreso de la Nación, que hacen de aquella peregrinación algo memorable, algo digno de mencionar. Cosas que tal vez no hubiese hecho nunca en mi vida, de no ser gracias al alcohol y las drogas.
Lo primero fue un traba, un hombre con deseos de ser mujer. Capaz de vender su cuerpo a cualquier extraño con tal de conseguir aquella flor bendita de Venus. Estaba pasando entre un quiosco y un edificio, todavía sobre L. M. Campos, cuando escuché "Déjame mamártela" que venía de una voz femenina forzada, con un acento paraguayo, o de cualquier otro lado menos porteño. Me di vuelta medio atónito, medio feliz, y entonces me di cuenta. "Ah, un traba", pensé. "No, gracias" le dije con toda cordialidad y buen humor. "Pero la verdad es que no es lo mío" agregué. No se rindió así de fácil él o ella, o eso… yo que sé…
Siguió caminando a mi lado, intentando convencerme de lo contrarío y amagando hacia mi masculinidad. No me enojé, quedé indignado. Llevaba ya unos días con ganas de escribir un cuento corto sobre la vida de un travesti de la calle, no de uno de esos como Florencia de la V. Soy conciente que los trabas que venden su cuerpo son creación de nuestra propia brutalidad. Y para ponerle mas pimienta, había terminado de leer hacía unas doce horas una novela policíaca del subcomandante insurgente marcos y un tal taibo segundo. Mi mente era un mar de ideas, un tumulto de pensamientos progresistas, liberales o yo que sé (todo eso debe depender desde que punto se mire).
El pobre, la pobre, o lo pobre... en fin, tuvo que escuchar todo mi discurso sobre como él era lo que era y que estaba en todo su derecho de hacer con su cuerpo lo que le cantase, pero que no tenía que rebajarse a vender su cuerpo. Que tendría que luchar por una sociedad donde gente como él serían aceptados. Que la realidad es que los mismos que lo juzgan son los que después buscan sus servicios. En fin...blablablabla... No creo que todo le que dije entonces tuviese mucho sentido, pero las palabras del personaje campesino elías, creado por el sub, en ese momento retumbaban en mi cabeza y salían disparadas por mis labios para entrar el las orejas del traba que, por lo que recuerdo, también estaba en un estado de intoxicación  farmacológica. No recuerdo la cara, ni el cuerpo, de aquella persona. Sólo su voz y su desagradable olor a transpiración, esos hedores que únicamente puede soltar un hombre después de trabajar doce horas en una obra de construcción.
Finalmente me cansé, la sonrisita falsa en la cara del traba era de alguien que no entiende nada de lo que le dicen. Como si le estuviese hablando en swahili. Entonces me fui; cansado, con la garganta seca de tanto hablar, con el hedor del traba calado en mis fosas nasales y con un frío que me tenía todo el cuerpo como chihuahua en el polo sur. Igual seguí caminando y sentía que en cualquier momento me fallaría el cuerpo... que me desplomaría ahí mismo. Ya estaba sobre Santa Fe, justo donde empieza el Jardín Botánico, creo que es Borges, o tal vez no. En mi mente seguía el subcomandante marcos. Retumbaban en mi cabeza las siglas ezln, e intentaba acordarme que carajo significaban. Lo sabía, de eso estaba seguro, pero en aquel momento no me podía acordar y quería acordarme. Entonces como nada encontré la respuesta en lo más remoto de mi nublada mente, ejercito zapatista de liberación nacional.
Ejercito zapatista de liberación nacional, ejercito zapatista de liberación nacional, ejercito zapatista de liberación nacional... era un murmullo constante en mi cabeza. En ese entonces caminaba por inercia, y cada paso era un calvario. Era como subir al gólgota una y otra vez y manteniendo la cruz mas pesada del mundo haciendo equilibrio sobre la palma de mi mano, y para el colmo mi mente no paraba de maquinar cosas absurdas. Fue ahí cuando decidí tomarme un taxi. ¿Cómo lo pensaba pagar? estarán pensando. Pues, suponía que podría ser un viaje gratis. Estaba demasiado convencido en la caridad humana. Algo que no se puede esperar de un taxista, que a duras penas llega a fin de mes, un fin de semana a las cinco o seis de la mañana.
Resuelto en decirle a un tachero que yo era miembro del ejercito zapatista de… y que necesitaba llegar al Congreso de la Nación para una reunión urgente con el alto comando de la sucursal argentina, decidí parar un taxi. No tuve en cuenta el pedo que nublaba mi  juicio, mi camisa sudada y con manchas de diferentes bebidas, y mi cuerpo tembloroso. Paré el primer taxi que vi, abrí la puerta trasera, asomé mi cabeza y arranqué con mi discurso; "Soy del... eh....mmm, esperá…" no podía acordarme de lo que quería decir, o tal vez si pero no lograba modularlo. Lo miré nuevamente a los ojos, medio entrecerrando un ojo para no desenfocar, aclaré mi garganta y arranqué nuevamente; "Eh... soy del ejercito....eeeh....zzzzap... No importa." Cerré la puerta y el taxi se marchó.  No logré llevar a cabo mi plan, tal vez si me encontraba en un estado menos alarmante podría haber convencido al taxista. Pero las cosas son como son. Jodidas.


 CONTINUARÁ...

UNA NOCHE CUALQUIERA (I)



Conocí conocí a Leo hace unos tres años... Y no voy seguir como Jack Kerouac éste corto relato y narrarles como conocí a Leo, simplemente lo conocí y lo conozco... En fin, era viernes por la noche (o tal vez era sábado, la verdad es que no me acuerdo) y nos dirigimos a comer al departamento de una amiga del Gordo (Leo). Como vive en Núñez, nos tomamos el tren desde retiro, pero supongo que no os interesa como llegamos a la casa de Noe -la amiga del Gordo-, así que simplemente voy a decir que llegamos sanos y salvos. Con nosotros, el Gordo y yo, venía un chico más. Un joven políglota, apátrida, perdido y tan encontrado en el mundo como ninguna otra persona que haya conocido en todo mi vida, o tal vez un mitómano intachable que se aprendió unas cuantas frases de cada idioma por el simple amor al chamullo.
En el departamento de Noe estaban otras tres chicas, me acuerdo sólo el nombre de una de ellas, Leticia -madre soltera de unos veinticuatro años-. Leti es una chica perdida, asustada ante la soledad, opacada bajo la sombra de su hija a los ojos de todos los hombres de esta tierra, o al menos de la mayoría de ellos.
Las a otras dos chicas no eran nada en especial; una era estudiante de derecho, a la cual le faltaban unas pocas materias para recibirse y la otra era una ex estudiante de psicología que decidió convertirse en azafata de vuelos.
Esta canción que estoy escuchando es perfecta para una historia de noches y locuras, y si supiera como se puede agregar una canción en éste blog, para que se repita y repita... mientras ustedes leen esto, ahora mismo la estarían escuchando. La canción es House Of The Rising Sun, cualquier interprete cuenta, es un tema increíble, no hay manera que suene mal...
Bueno, ahí estábamos. El gordo, El Cosmopiliglota, Noe, Leti, La Psicoazafata, La Casiabogada y yo. Como siempre hablando de temas importantes, de política (aunque para mi eso no es un tema importante), de educación, de viajes, de música, de historia, de literatura... No piensen en esto como en una aburrida juntada de escolares, agréguenle a estas charlas inconsistencias etílicas y delirios de borrachos. En la mesa se podían notar botellas de fernet, gancia, tequila, cerveza, cocacola y sprite. También estaba el cenicero que rebalsaba de colillas de cigarrillos, el otro cenicero era para las colillas de los porritos. En el centro de la mesa había un taper con hongos, y no estoy hablando de champignones. Noe tenía merca un tarrito, y no ponía el tarrito en la mesa por miedo a que se mojase con alcohol o se desparramase, pero cada vez que consumía le ofrecía a todos los presentes sin discriminar.
Imaginen esa mezcla de drogas y alcohol en nuestra cabeza, no digo que todos mezclábamos todo, pero era una locura. Cada uno con su delirio discutiendo temas que se pueden llegar a escuchar en la cafetería de alguna universidad por algunos académicos seniles.
Entonces tocaron el timbre y como si nada entró una amiga de Noe, era muy fea la pobre chica. Una de esas feas que no es consiente de su estado. Apenas la vi decidí que esa noche haría mi obra de caridad, permitiría que aquella mujer fea me llevase a su casa. Igual, con el tremendo delirio de mi cabeza en ese momento no me molestaría. Seguimos con nuestras charlas profundas, pero ya no era sobre literatura o política, ni siquiera hablábamos sobre el hambre en África o sobre violaciones de los derechos de las mujeres en América Latina. Debatíamos sobre las tetas de Leti, ella decía que se quería agrandar las tetas y yo le decía que no tenía que hacer eso, que qué pensaría ella si yo me inyectase silicona para agrandar mi miembro.
Después vino una chica más con su novio. Era una criatura celestial, la chica, caída del cielo. Su novio tenía unos diecisiete años, ella creo que tenía diecinueve. Era hermosa, y su mente estaba en nuestro nivel, en seguida decidió sumarse a la ronda del porro, y después comerse un honguito. En cambio, su novio era todavía un niño demasiado joven y prejuicioso. Casi tuve que obligarlo para que aceptase un shot de tequila, que por cierto; fue el primero y último que aceptó.
Me enamoré de aquella joven ninfa, cuyo nombre no recuerdo. Me desenamoré la mañana siguiente, o esa misma noche quizás. Pero cuando pienso en ella ahora, no puedo ni imaginarme que sería de mi vida ahora de tenerla a mí lado.
Una vez que todos decidimos que Leti no necesitaba tetas más grandes (y mucho menos siendo falsas), decidimos abrirle paso a la noche. Ahora éramos diez; Noe, Leti, Psicoazafata, Casiabogada, Feadesagradable, Caidadelcielo, Niñonovio, El Gordo, Cosmopoliglota y Yo. Así que nos decidimos y pedimos tres taxis. Llegaron los taxis y bajamos todos en patota. Esa noche no tenía nada de plata, ni un sólo centavo, y El Gordo dijo que me bancaría la noche, por ende me tocaba subirme con él al taxi.
Para acortar la historia, llegamos al boliche. Un lugar moderno en Belgrano, muy cerca de El Solar De La Abadía. Llegamos todos juntos y, después de una escena entre las chicas que algunas no querían entrar y otras si (cosa que me enteré una vez que ya estaba adentro), pasamos al lado de los guardias para entrar a un paraíso de luces y música. No nos cobraron entradas, pero me dieron una tarjeta de consumición, la verdad es que no entendía nada. Entramos Noe, El Gordo, Cosmopoliglota y Yo. Los encontré después de volver del baño y ahí me enteré que los demás decidieron irse a otro lado. "Esto es karma", pensé. Adjudiqué todo eso a algún dios que me castigaba por decidirme a no hacer caridad enrollándome con Feadesagradable y en vez de eso empecinarme a robarle la mujer a Niñonovio. Todo eso ahora estaba descartado, y un mal humor se apoderó de mí.
Me acerqué a la barra y, después de una pelea con el barman a causa del precio súper inflado de la cerveza (mí argumento era que no tenía lógica que un cuarto de litro de cerveza costase más que un litro de nafta, teniendo en cuenta el proceso necesario para extraer el petróleo, trasportarlo y luego destilarlo, para transportarlo nuevamente… sin tener en cuenta la enorme demanda del mercado...etc..) que disparó mucho más mi mal humor, me fui con una botella de vino espumante en un balde con hielos. Decidí combatir el mal humor y sacarle un poco de provecho al alcohol que rumiaba por mi sangre. Cuando terminamos la botella del veneno que estábamos tomando decidí dar una vuelta por el local y divertirme un poco por mi cuenta. Noe, El Gordo y Cosmopoliglota estaban todos en un estado de ánimo deplorable, estaban como perdidos en un universo individual. Cada uno con su propia película proyectándose en su mente, manteniendo una conversación en inglés que no tenía sentido, cada uno hablaba de una cosa diferente y a veces Cosmopoliglota se perdía en un monologo en finlandés. No quería sucumbir a sus locuras, que tal vez hubiese sido la mejor opción esa noche. Quería una noche memorable, quería besar a todas las mujeres posibles, bailar toda la noche… Quería todo lo que quiere una persona drogada y borracha, una aventura… un éxtasis momentáneo, un orgasmo inmortal, una noche llena de recuerdos de mujeres hermosas y drogas irrepetibles.
Unos minutos después me encontraba bailando frenéticamente entre un grupo de mujeres, no recuerdo como eran. Tal vez todas eran hermosas, o tal vez todo lo contrario. Eso no me importaba en ese momento, dejé de pensar en el después, estaba viviendo el ahora. Únicamente pensaba en las luces que penetraban mi iris, que expandían o achicaban mis pupilas; en la música que penetraba mi alma y en las drogas y alcohol que me hacían volar. Poco, o mucho, duro ese efecto. De un instante a otro sentí un calor insoportable, todo empezó a dar vueltas y las brillantes y parpadeantes luces ya no me eran gratas. Tenía que salir de ahí… ¡tenía que salir ya!
Al intentar cruzar el umbral de la puerta de salida me paró un patova. "La tarjeta de consumición", me dijo. Empecé a explicarle que la había perdido, que había consumido pero que no sabía donde había dejado la tarjeta... etc... etc... No me daba tregua, decía que no me dejaría salir sin presentar la tarjeta de consumición. En ese instante el mal humor opaco mi personalidad pasiva y bondadosa, y después de decirle no se que cosa sobre mis derechos cívicos y de que no tiene ningún derecho en tenerme prisionero en ese lugar, privándome de mi libertad y mi libre albedrío....blablabla. Imagínense que mi labia no era fluida, con el alcohol mi lengua se transforma en piedra y las palabras son simples balbuceos.
El guardia de aquel reino fantasioso y echisero estaba empecinado en no dejarme salir, por eso enfile por la puerta haciendo caso omiso a sus órdenes. Cuando llegué afuera sentí un fuerte empujón en la espalda y al darme vuelta vi que él gigante -que por lo visto desayunaba esteroides y licuados de proteínas- estaba obstinado a romper todos los huesos de mi cuerpo. Lo mío no es pelear, detesto lo golpes y no soporto mucho el dolor. Pero sin pensarlo estaba dispuesto a recibir todos los golpes de mil gigantes como ese. "¿Querés cagarme a trompadas? ¡Cagame a trompadas! ¿Creés qué me importa? Yo la voy a pasar mal ahora pero vos sos el que va a sufrir repercusiones mañana." Seguía diciéndole cosas que ahora no me acuerdo, pero incentivándolo para que me golpee. Sus puños se alzaban cada vez más y su rostro se tornaba cada vez más colorado.
En ese momento se asemejaba tanto al hombre piedra, o roca, de los cuatro fantásticos que no pude contener la risa, empecé a reírme con tanta intensidad que tuve que tirarme al suelo. Rabia se notaba en su rostro, y furia en su cuerpo. Se abalanzó sobre mí y justo cuando echó su pie para atrás para proporcionarme una buena patada se rezbalo y cayó al suelo. Yo seguía descostillándome de las risas, y la gente que pasaba miraba sorprendida al gigante tendido sobre el piso. Me sentía como un Guliver drogado en la tierra de los gigantes. Se levantó rápido, intentando que su caida pasase desapercibida, pero los demás guardias empezaron a reírse. Para recuperar su puesto de macho alfa intento darme un puñetazo, pero no lo logró ya que otro patoba, que parecía su jefe, lo detuvo y lo convenció de lo contrario. Me levanté todavía riéndome, hice una reverencia ceremonial frente a aplausos imaginarios, di media vuelta, y empecé a caminar hasta la parada del colectivo con una sonrisa triunfante en mi rostro.
Cuando llegué a Luís María Campos me di cuenta que no tenía ni veinte centavos. Tenía que caminar, y cuando el frío se empezó a apoderar de mi cuerpo llegué a la conclusión de que había olvidado mi saco en el boliche. No tenía más opción que caminar, y el alcohol y las drogas estaban lejos de dejar de influenciar mi mente y mi cuerpo.

CONTINUARÁ...